Pedagogía del cinismo

Vie, 22/11/2024 - 12:00

Pedagogía del cinismo

Editorial de El Búho #8, el boletín de la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria

Entonces un buen día nos despertamos y escuchamos al candidato del oficialismo decir que hay muchos pobres, y que esos pobres tienen muchos problemas para terminar el liceo, y que la solución es pagarles en dólares, y todo eso contribuirá sustancialmente a la transformación educativa, a la protección de las trayectorias educativas, las competencias y la centralidad en el estudiante. Todo un palo, ya lo ves.

Sucede entonces que la propuesta de Álvaro Delgado, candidato del Partido Nacional, de pagar a estudiantes de los sectores más pobres para que culminen el liceo, en el marco de una campaña electoral donde el debate y las propuestas sobre Educación estuvieron considerablemente ausentes, merece algunas consideraciones y varias advertencias.

Pero primero lo primero. Es de destacar y saludar la honestidad de algunas expresiones, o categorías si se quiere. La propuesta escrita y difundida por el Partido Nacional explicita la palabra “pobres”. Mientras el progresismo homeopático se aferra al cientismo del análisis de la realidad desde la objetividad estadística y el eufemismo de los quintiles, el candidato de la derecha oligarca nacional define un público objetivo asumiendo la pobreza como condicionante esencial en los temas educativos.

Pero esto no es un desvarío ideológico, ni un abuso de la demagogia, ni una ocurrencia de desesperación electorera que oscila entre lo absurdo y lo irresponsable; es un movimiento calculado en el marco de la disputa cultural que caracteriza a la derecha de todo el mundo. Esta disputa, hacia y desde la institucionalidad de la Educación Pública, es uno de sus ejes programáticos fundamentales. No existe el plan económico y financiero sin su correlato cultural. Y para que esto les resulte, tampoco existe la posibilidad de conciliar en la construcción de anchas avenidas de centro.

A su vez, estos intentos por convertir la educación en un mero incentivo económico pone de manifiesto cómo la derecha se ha apropiado de políticas asistenciales, que antes criticaba desde la estigmatización más asqueante, para consolidar su agenda ideológica. Y mientras esto sucede, cumple con instalar nuevas oportunidades para la mercantilización educativa, abriendo la puerta para que estos mismos bonos sean parte de la política de becas de las instituciones privadas. Difícilmente pueda encontrarse un negocio más redondo.

A lo largo de los años, la derecha ha denunciado los planes asistenciales como una forma de perpetuar la dependencia sobrecargando al estado y fomentar lo que ha catalogado como cultura planera. Este giro revela no solo una estrategia electoral, sino una clara visión de cómo entiende la educación la clase que representa el candidato Delgado: un privilegio intelectual para las minorías y una transacción conductista de estímulo y respuesta para las mayorías explotables. Lejísimo queda aquello de los procesos transformadores y liberadores de y para estudiantes y sus entornos.

Desde esta perspectiva se anula también la posibilidad de entender que las circunstancias  que inciden en lo que se ha dado a llamar “fracaso escolar” no son fenómeno aislados; sino que comprenden un entramado social donde la pobreza, la violencia y la falta de apoyo estructural se entrelazan. Al ofrecer un pago para la asistencia y la aprobación, la propuesta de Delgado prescinde de la consideración de estas causas profundas y reduce la educación a un simple cálculo financiero estimulante.

Pero debemos decirlo, es destacable esta coherencia ideológica. Un enfoque así de simplista (en lo superficial) perpetúa el ciclo de vulnerabilidad, violencia, y marginalidad y profundiza la monopolización cultural, privatizando el conocimiento y socializando las competencias básicas de sumisión para la vida y el mundo del trabajo.

Lo que también debemos decir es que esta propuesta plantea un riesgo significativo para docentes a quienes se coloca en la posición peligrosa de ser firmantes últimos de un cheque encubierto en pedagogía, en tanto la responsabilidad de que las familias reciban el pago dependerá de la asistencia, evaluación y calificación. Esto transforma la dinámica en el aula y la institución toda en un espacio de incalculables tensiones y, obviamente, la concepción social e histórica sobre la “escuela”.

La propuesta de Álvaro Delgado -defendida con tesón por el Director de Educación, Gonzalo Baroni-, que evidencia el fracaso de la política económica del estado respecto a las grandes mayorías, asumiendo una visión reduccionista de la pobreza y trivializando la educación, no hace más que responder a los intereses de la clase que representa. Nuestro desafío entonces es evidenciar que la disputa radica en la democratización del conocimiento, pero desde la base de la democratización de la economía, y por ende de la política.

 

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